viernes, 9 de abril de 2010

DE EMIGRANTES, DE MAL NACIDOS Y DE BURROS



“Ellos son víctimas. En primer lugar de la pérdida de la memoria: han olvidado los tiempos en que los catalanes les metían a todos en el mismo saco, bajo la misma denominación despectiva: charnegos”






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“Unos chicos perseguían a un marroquí”, me informó un vecino. “De esos de la cabeza rapada”. “Entonces no eran unos chicos, sino unos mal nacidos”, respondí.

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Ahora bien, ¿son mal nacidos, desalmados, esos vecinos que aparecen en televisión o que hablan por radio, con el rostro congestionado y voz temblorosa, quejándose de que las autoridades permitan que los magrebíes se instalen entre ellos en vez de ponerlos en el paseo de Gracia o en el barrio de Salamanca? ¿Lo son quienes aducen que no hay que dar trabajo a un solo emigrante más mientras un español siga en paro?, ¿los que se quejan de que los comercios magrebíes y las costumbres árabes y la religión musulmana desvirtúan la esencia de su entorno?, ¿quienes dicen que los extranjeros son culpables de las condiciones de inseguridad y delincuencia?

Me parece que no. Son buena gente. Gente que emigró hace años de otros puntos de España para ejercer en Cataluña el derecho al trabajo y a la convivencia que ahora niegan a los magrebíes. Me parece que ellos son víctimas. En primer lugar de su pérdida de memoria: han olvidado los tiempos en que los catalanes les metían a todos en el mismo saco, bajo la denominación despectiva: charnegos. Víctimas son también de su analfabetismo funcional en materia de multiplicidad. Ven en los diferentes un elemento que resta (¿qué?: ¿esencias puras?, ¿qué demonios es eso?) en lugar de sumar otras vivencias.

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En Alemania, país con más fama de racista que el nuestro pero que tiene una política de acogida bastante ejemplar, el periodista Günter Walraff, que vive en Colonia, en un barrio lleno de turcos, se deleitaba contándome las ventajas de pertenecer a tal vecindario: desde la variada oferta de gastronomía al puro y simple placer estético que otras razas y costumbres suponen. No hace falta ser Walraff para disfrutar de la parte buena de recibir, acoger y ayudar. Basta con no ser burros.


Maruja Torres